sábado, 22 de agosto de 2015

ANTÍGONA CONTRA LA LÓGICA SACRIFICIAL DE EUROPA

 ANTÍGONA CONTRA LA LÓGICA SACRIFICIAL DE EUROPA
Hay comportamientos atávicos, individuales y colectivos, que siguen dándose entre nosotros, con raíces en hondos registros de nuestra cultura. A veces asoman por donde menos se esperan. Así, afloran en actuaciones que aparentemente se presentan como muy modernas, incluso amparadas bajo los rótulos de las más actuales teorías económicas o de los últimos avances tecnológicos; sin embargo, tienen sus móviles últimos en formas de conducta que más tienen que ver con una mitología de sumisión que con una racionalidad deudora de ilustración. Diríase que cuanto más se afirma la potencia de la tecnocracia, más necesita ésta la cobertura de mitificaciones que en el nivel de lo simbólico tapen sus desmanes o sirvan de pretendidas justificaciones a sus excesos. La literatura y el cine, por ejemplo, suministran en la ficción harto número de ejemplos de eso mismo que en la realidad ocurre, tantas veces bajo simulacros y en demasiadas ocasiones con torpes disimulos.
   Europa exige sacrificios. ¿No ha sido éste un mantra sagrado -sacralizado- que ha recorrido estos últimos años, día tras día, la dura cotidianidad de nuestra experiencia? En realidad, esa mentada Europa es la tríada en la que se condensa su estructura de poder: Comisión europea, BCE y FMI -esa instancia externa incorporada a los centros de decisión europeos para vigilancia y control de posibles caídas ante tentaciones económicamente indebidas-. Lo real tras ella, pero sin sucumbir a la molestia de cuidar su ocultamiento, es una Alemania convertida en el factótum de las dinámicas europeas actuales. La Europa que exige sacrificios es la Europa germanizada en la que la canciller Merkel ejerce de suprema sacerdotisa. Algún servidor del templo del euro, como su ministro Schäuble, hasta se le crece de vez en cuando con un fundamentalismo economicista que obliga a la canciller a hacer aún más ostensible, siquiera como juego de rol, la autoridad de su sacerdocio.
   Como en toda lógica sacrificial, no hay escapatoria para los fieles. Nadie puede eludir sus frías normas, si no quiere sufrir la hoguera del castigo. Para frenar a los díscolos, por más que se presenten como tímidos heterodoxos suplicando diálogo, no hay más que ofrecer el sacrificio de un chivo expiatorio, que pague por las culpas de todos, incluso las aún no cometidas. La Europa que exige sacrificios, la troika que mediante sus tecnocráticos chamanes los aplica con sus medidas de ajustes indiscutibles y de recortes despiadados, llevando a las víctimas ante el altar revestido con ropajes del rito neoliberal, no se anduvo con rodeos: tomó a Grecia para que fuera la víctima propiciatoria que calmara al celoso Dios Capital, ante cuyo sacrificio todos los demás hicieran profesión de fe proclamando firme propósito de vivir in timore Dei. 
    La gélida racionalidad económica no sostiene por sí sola el dominio de quienes mandan. Por eso, entre la imaginada Europa democrática y el núcleo real de una zona euro tiranizada, se ha erigido la trama simbólica de una Europa sacrificial. Bajo apariencias civilizadas continúa un comportamiento bárbaro que quiere ignorar que ya tuvo su final aquella práctica cruel de sacrificios humanos. ¿No fue en ese magnífico relato bíblico, el sacrificio de Isaac, con su legado de tradiciones mesopotámicas, donde desde hace milenios se nos transmitió que no hay Dios que se pretenda verdadero si exige sacrificios humanos? Abraham tuvo que reconvertir su fe sobre la marcha, trasponiéndola desde la irracionalidad de un mandato presuntamente sagrado a la racionalidad de un comportamiento religioso moralmente regido.
   ¿No habrá algún ángel que venga a detener la mano que se alza sobre Grecia, esa hija primogénita de Europa, antes de que sea del todo sacrificada sobre el ara de una economía inhumana? Sabemos que eso sólo ocurre en los relatos míticos y, además, ni en forma de bondadosa figura queremos mesías alguno. Pero también desde los mitos antiguos nos llega la imagen de una Antígona, muchas veces recordada estos días de acontecimientos en Atenas e irremediables claudicaciones en Grecia, que se opuso con su decisión a la muy pragmática norma de Creonte para defender ante él, incluso contraviniendo la ley de la ciudad, la incondicionalidad del compromiso fraterno que le llevaba a enterrar a su hermano. Desobediencia civil, diríamos hoy; acto, como interpreta el filósofo Zizek, que reconfigura el orden ético-político con su negativa a la sumisión al viejo orden con sus estructuras. Frente a la atávica lógica sacrificial, todo apunta a que Antígona puede inspirar un modo de actuar, esta vez contra el consenso cínico que domina Europa. 
José Antonio Pérez Tapias 
Publicado en el diario Granada Hoy el 19 de agosto de 2015